Las vacaciones, si, ese momento del año en el que, luego de once meses, se supone que finalmente podremos hacer lo que querramos sin sentir la mirada del jefe -o de algun compañero alcahuete- taladrando nuestra espalda.
Las vacaciones son ese momento donde deberiamos ser felices al menos por el breve instante en que duran, preparandonos para otros once meses de trabajos forzados en la oficina de dos por dos donde se supone que hacemos lo que tenemos que hacer.
El problema es que en esa oficinita, encerrados como estamos, no podemos dejar de pensar en la forma mas simple de salir a la calle a disfrutar ese aire que todo el mundo, a excepcion de nosotros, parece sentir sobre la piel.
Ese es el motivo, la razon, el disparador que hace que, apenas empezadas nuestras vacaciones, decidamos que caminaremos, si, nada de transportes publicos ni vehiculos: caminaremos de aqui para alla porque para eso vinimos, ¿no?, a reencontrarnos cara a cara con la naturaleza que no vimos durante once meses... o tal vez mas.
Pero toda fantasia tiene que, tarde o temprano, toparse con la realdad y con dolor y pesar escubrimos que nuestro cuerpo, acostumbrado a las largas horas sentado en una oficina, no soporta tantas caminatas y se queja haciendo que nos duelan partes del cuerpo cuyo nombre desconocemos.
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